La pandemia del Covid ha tenido dos grandes frentes de batalla, primero evitar infectarnos a toda costa y segundo cuidar en nuestras casas de nuestra salud física y de nuestra salud mental.
Puede parecer irónico, pero hace dos años los profesionales del paisaje vimos cómo por culpa de la pandemia surgía una nueva oportunidad para cambiar la morfología de la ciudad.
Durante semanas nuestras ciudades se vaciaron de gente, y también de coches y de humos. Uno de los grandes beneficios fue ver como disminuía la contaminación en el centro de las grandes ciudades. De repente todos esos kilómetros de asfalto se convirtieron en espacios inútiles y redundantes. Quizás esa circunstancia debería calar en la sociedad y nos pueda quedar un poso algo positivo de ello.
Como paisajistas somos los profesionales de diseñar los intersticios entre la Arquitectura y las infraestructuras, los encargados de humanizar las calles y las aceras, esos reductos y recovecos hasta convertirlos en espacio urbano de calidad. Somos los encargados de diseñarlos acorde a nuestra escala y a nuestras necesidades cambiantes. Ahora mismo tenemos la oportunidad de reclamar ese espacio y dárselo de vuelta a los ciudadanos con todos los beneficios que ello conlleva, deshacernos del asfalto y crear nuevos lugares, espacios más verdes, de ocio, conexión ciudadana y de contacto con la naturaleza.
En la actualidad el 54% de la población mundial vive en grandes ciudades, el crecimiento de estas ciudades acarrea una degradación de la naturaleza, cambio climático, efecto isla de calor y un empeoramiento en nuestra salud física y mental. Vivir en grandes ciudades crea problemas de vandalismo, pérdida de biodiversidad, enfermedades como asma y alergias, enfermedades del corazón, sedentarismo, menos oportunidades de ejercitarse, mala alimentación y obesidad. La OMS recomienda el acceso universal a los espacios verdes. Según este organismo, debería existir un espacio verde de al menos 0,5 hectáreas a una distancia en línea recta no superior a 300 metros de cada domicilio.
Sabemos claramente cuáles son los beneficios de plantar más árboles en nuestras ciudades (oxigenan y ayudan a reducir la contaminación, dan sombra y regulan la temperatura, dan cobijo a aves y animales, son importantes para la comunidad de abejas, reducen el viento, dan fruta y proporcionan color). Pero plantar árboles no constituye su único valor.
Diferentes instituciones han sido capaces de poner valor económico a los espacios verdes. El diario británico The Guardian, por ejemplo, publicaba en 2018 que los parques del Reino Unido ahorraban al NHS (Sistema Nacional de Salud) más de 111 millones de libras al año, según un informe. Teoría compartida por Fields in Trust, quien ha sugerido que es más que probable que los usuarios regulares de parques y espacios verdes sean más saludables y visiten menos a su médico de cabecera. Esta organización benéfica estima que dichos espacios brindan más de 34 mil millones de libras en beneficios de bienestar al mejorar la salud mental y física.
En mayo del 2022 el mismo periódico defendía esta teoría con estas palabras: “Los espacios verdes de la nación tienen un valor de 25.600 millones de libras en "valor de bienestar" al año, según un nuevo estudio.” La investigación calificó cada parque en términos de valor por dinero y bienestar, descubrió que los parques pequeños ofrecían el mayor valor recreativo y apuntó que los tres factores clave para aumentar la recreación al aire libre eran el clima, el buen acceso a espacios verdes de calidad y la propiedad de perros.
Porque más árboles no siempre va unido a más espacios verdes o de mejor calidad, necesitamos incrementar las oportunidades de ocio exterior. Como profesionales estamos constantemente aprendiendo a ofrecer mejores espacios. Como usuarios necesitamos mejorar nuestra condición física, participar activamente en la naturaleza y aprender a disfrutar de los espacios verdes.
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