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La espontaneidad que llevamos dentro


El espacio público es un gran teatro en el cual actuamos representando diariamente el personaje que nos gustaría ser o que las circunstancias nos han empujado a interpretar. El escenario es cambiante, los diálogos y gestos están parcialmente predefinidos, sin embargo, queda un amplio margen para la improvisación.



Al igual que en el espacio virtual obedecemos a un tira y afloja de las cuerdas del algoritmo, en el mundo urbano son la configuración de las calles, el diseño de las plazas y el grado de definición del entorno lo que, suavemente, nos empuja a actuar de una forma o de otra. Por lo tanto, es el grado de apertura y el alcance de lo informal lo que nos permitirá dar rienda suelta a la espontaneidad que llevamos dentro.



Richard Sennet y Pablo Sendra defienden que el espacio público sea, de forma premeditada, caótico e informal hasta cierto punto. Si un entorno urbano no tiene adscrita y predeterminada una actividad concreta, no solamente se vuelve polivalente, sino que despierta en nosotros esta creatividad oculta y anestesiada por el scroll infinito. Un ejemplo podrían ser los niños -acaso éstos prefieren jugar como hámsteres en zonas de juego idénticas subiendo y bajando los toboganes en bucle, o más bien prefieren encontrar un terreno irregular, donde esconderse, preferiblemente con algún vehículo destartalado, oxidado y abandonado que les invite a regresar al futuro. Si los niños disfrutan de lo informal ¿en qué momento hemos dejado de disfrutarlo nosotros?. Personalmente pienso que en ninguno.



La vida urbana y su expresión callejera es espontánea, caótica e informal por naturaleza, y las emociones que nos despierta son una mezcla de fascinación y miedo. La calle, oscura, peligrosa, sucia e inmoral, nuestra eterna amenaza hacia las generaciones jóvenes “vais a acabar en la calle”. La meta inalcanzable de la planificación urbana es pacificar este indomable submundo callejero y programar con precisión cada actividad que transcurre en el espacio compartido. Manifestaciones, música y performance callejero, venta ambulante, actividades lícitas e ilícitas de servicios varios, encuentros y conversaciones espontáneas. Todo este bullicio encuentra su mejor aliado en el urbanismo informal, la ciudad abierta, el caos controlado. Esquinas, recovecos, auditorios improvisados, testigos inanimados y discretos de lo humano, demasiado humano. Los filósofos cínicos, que de cinismo en el sentido actual no tenían nada, como Diógenes de Sinope -transparente, auténtico, autosuficiente y fiel a su naturaleza humana y por lo mismo animal- forjaba su carácter viviendo en la calle, sin ocultar nada de su existencia a los ojos de los transeúntes. ¿Provocación o libertad en su grado máximo?



En el tercer y último párrafo me atrevo a tomar partido: preservar cierto grado de lo informal en el espacio urbano es nuestro bastión para no algoritmizar el teatro de la vida urbana. El estudio científico más grande, largo y completo sobre la felicidad humana, realizado durante más de 80 años y recogido en la publicación “The Good Life” de Robert Waldinger y Marc Schulz, concluye, de forma universalmente extrapolable, que lo que determina nuestro grado de felicidad son nuestras relaciones, tanto las familiares, románticas y amistosas, como las casuales, espontáneas y cotidianas. Charles Montgomery, en su libro “Happy City” llega a una conclusión similar, es la socialización, la interacción, los small talks con la barista o en el ascensor, lo que determina que la ciudad sea vibrante y sus habitantes felices. El éxito del movimiento urbano Free Conversations, cuyos voluntarios ofrecen conversaciones gratis en la calle, la escucha activa sin ser juzgado, demuestra que la necesidad de conversar con un extraño es algo que nos proporciona bienestar. Lo inesperado, el paisaje sonoro dibujado por la música callejera, la espontaneidad del comportamiento propio y ajeno, nos permiten conectar con esta sensación que los ingleses llaman “awe”, una mezcla de sorpresa, fascinación y descubrimiento de lo desconocido, de la parte de nuestra actuación vital cuyo guion no ha sido preescrito.


Plac Nowy, Cracovia


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