La sostenibilidad exige un pacto social
- Camino Cabañas

- 10 nov
- 2 Min. de lectura
Actualizado: hace 7 días

Hay una maraña de cables de distinto tipo (de electricidad, conexiones de internet, viejos cables de téléfono en desuso...) trepan por nuestras paredes desdibujando las fronteras entre lo privado y lo común, comportándose como el simbionte alienígena Venom del Universo Marvel.
Venom coloniza tu fachada:
La filosofía urbana nos recuerda que "vivir en lo común" es mucho más que compartir una acera o una pared medianera; es co-crear un paisaje visual, una experiencia. En este sentido, la fachada de un edificio es un tratado urbano no escrito en el que se presupone la promesa de que cada propietario o inquilino va a contribuir a la belleza, el orden y la dignidad del espacio público en favor de una colectividad que se nutre de ese bien común.
Sin embargo, este principio de equilibrio común se quiebra cuando el corazón de la vida comunitaria, nuestras fachadas, convive con elementos que, si bien nos prometen futuro, colonizan estos espacios a costa de la estética y la integridad de nuestro entorno inmediato.
Al igual que el klyntar necesita un huésped para sobrevivir y manifestarse, estos servicios en forma de cables requieren de una infiltración física en el tejido urbano. Casi nunca son discretos, se ramifican y multiplican por las fachadas enmarañándose, creando telarañas que ignoran cornisas, balcones y ventanas. Se adhieren con grapas indiscriminadas, permitiendo a este Venom tecnológico fundirse con su anfitrión. Pero al contrario que el simbionte, su integración no pasa tan desapercibida. Es un parche visible, una capa extraña y parasitaria que se propaga sin control, priorizando la eficiencia de la instalación sobre el respeto por la arquitectura y el espacio visual compartido y degrada la imagen colectiva del inmueble y el barrio.
La justificación para esta colonización es siempre la misma: el progreso, la necesidad de servicios o el derecho a estar conectados. El problema radica en que este derecho se ejerce unilateralmente sobre el bien común estético y físico: la fachada. Cuando el cableado dispersa sin control, no solo estamos ante un problema de normativa, sino ante un fallo en la ética de la coexistencia.
Abordar el problema del cableado y otros elementos adicionales en las fachadas desde la reflexión sobre la vida en lo común nos permite formular varias cuestiones: ¿Dónde está el límite entre el derecho individual a ciertos servicios y la degradación del patrimonio visual de todos? ¿Quién es responsable de la acumulación de cables obsoletos, que permanecen como restos de "huéspedes" abandonados (una compañía que ya no presta servicio)? ¿Cómo renegociamos la convivencia con estas infraestructuras vitales?
La solución a estas cuestiones es compleja y nos obliga a negociar un equilibrio entre la normativa, el derecho de paso y la invisibilidad. La meta es clara: fomentar que la infraestructura digital se integre sin devorar la belleza y la historia de nuestro entorno.
La verdadera sostenibilidad urbana exige este pacto social. Si fallamos en esta tarea, no solo permitiremos que Venom colonice nuestras fachadas, sino que estaremos renunciando a lo más valioso de vivir en lo común: la apuesta compartida por la calidad y la dignidad de los espacios que llamamos hogar.






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