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Las abuelas del ganchillo, revolución con aguja e hilo

Foto del escritor: Camino CabañasCamino Cabañas

En un panorama urbano donde predominan la rigidez de lo concreto y la funcionalidad técnica, que genera espacios tan impersonales como un mueble de Ikea, irrumpen las abuelas ganchilleras con materiales y elementos que sacuden el espacio público desafiando la monocromía. 


Si no has oído hablar de ellas, ni del llamado yarn bombing (grafiti de hilo), te estás perdiendo un movimiento de activismo social y de expresión creativa que merece la pena conocer dentro del arte urbano. 


En varias ciudades del mundo, las abuelas ganchilleras revolucionan los espacios públicos con tejidos como el ganchillo, tradicionalmente asociado al ámbito doméstico y privado y que emerge como una práctica disruptiva que cuestiona y transforma o sirve como reivindicación climática (tejidos verdes como representaciones simbólicas), desafiando la separación tradicional entre lo público y lo privado al trasladar ese gesto cotidiano, cargado de historia, al corazón de plazas, parques y avenidas.

 

En sus manos, el crochet se convierte en un vehículo para humanizar el cemento y el acero, invadiéndolos con hilos y texturas tejidas que rompen con las convenciones establecidas. Cubren bancos, árboles y postes con una calidez que reivindica el espacio urbano como lugar de encuentro, creatividad y cuidado, dándole un nuevo uso y significado a los espacios compartidos. Proponen una nueva forma de interacción que combina arte, comunidad y resistencia cultural.

 

Desde una perspectiva filosófica, esta práctica puede entenderse como un ejercicio de resistencia frente al utilitarismo urbano. La disrupción del ganchillo radica en su capacidad para resignificar objetos y lugares.


Este acto subversivo obliga al transeúnte a detenerse, mirar y cuestionar: ¿Qué hace ese objeto decorado aquí? ¿Quién lo hizo? ¿Por qué? El ganchillo se convierte en una invitación a reconsiderar lo cotidiano y reflexionar sobre la naturaleza de nuestras ciudades: ¿son meros espacios funcionales o escenarios vivos para la creatividad y la expresión colectiva?

 

Esta técnica reclama su lugar en la esfera pública, desafiando no solo las jerarquías de género, sino también las de valor estético y cultural. Al introducir lo artesanal en el espacio público, el ganchillo propone un replanteamiento radical: la ciudad puede ser un espacio tejido con cuidado y memoria, no sólo construido con velocidad y eficiencia.

 

Además, su labor tiene un componente profundamente político. No son solo artistas, sino agentes de transformación social. Sus creaciones hablan de inclusión, de memoria y de comunidad en un contexto en el que las personas mayores suelen ser invisibilizadas en la vida urbana. Al apropiarse del espacio público, las abuelas ganchilleras no solo lo decoran, lo reivindican como un lugar en el que todas las generaciones tienen cabida.

 

En este sentido, el ganchillo se convierte en una herramienta disruptiva que va más allá del arte. Es un recordatorio de que el espacio urbano no es estático ni definitivo, sino un territorio en constante transformación, capaz de ser reinterpretado y rediseñado desde las prácticas más simples y humanas. En cada puntada, el ganchillo propone un futuro urbano más inclusivo, creativo y consciente, donde incluso los gestos más pequeños pueden desatar grandes cambios.

 


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