Cuando pensamos en lo que significa la inmigración y su relación con las ciudades, nos imaginamos grandes travesías en barco, estaciones de tren, y sobre todo despedidas y nuevos comienzos. Nos imaginamos cambios, vértigo, y a menudo plantearnos de dónde venimos.
Cuando llegar a una ciudad implicaba atravesar un muro y escuchar un idioma desconocido, el término inmigrante estaba mucho más claro. Alguien que había abandonado su tierra natal, ya fuese por gusto o por necesidad. En el mundo actual, donde el idioma ya no es un problema y los límites de las ciudades ahora los marcan las autopistas, ser un inmigrante se ha convertido en lo habitual.
Madrid es el lugar donde esta afirmación se convierte en una realidad. Siempre se ha dicho que nadie y que todo el mundo es de Madrid, y que todos en algún momento pasan por ahí. Solo en Lavapiés conviven 88 nacionalidades desde hace tantos años que ya podemos hablar de segunda y tercera generaciones. Nacionalidades que han conformado lo que ahora significa el barrio, consiguiendo que nadie sea un extraño.
El escritor Italo Calvino, en su libro Las Ciudades Invisibles, nos enseña cómo la ciudad está allá donde seamos capaces de llevar la imaginación. La ciudad en la que vivimos puede tener infinitos nombres y poseer infinitas caras, tantas como personas habitan en ella. En este relato fantástico, Marco Polo relata en la corte de Kublai Khan sus innumerables viajes, describiendo las ciudades de ensueño donde había tenido la suerte de estar. Pero en estos viajes había algo que nunca le pudo abandonar, su Venecia natal, viendo reflejada en cada ciudad una huella del que había sido su hogar.
Las huellas que dejamos al vivir en una ciudad son las que hacen que la podamos seguir llamando hogar, y quizás el hecho de ser inmigrante no sea otra cosa que ser un viajero. A veces no sabremos donde nos encontramos, pero siempre recordaremos de dónde venimos.
Volviendo a Madrid, se dice que cada vez es más difícil encontrar a un auténtico gato, una de esas personas cuyos padres y abuelos han nacido allí. Una denominación que parece desaparecer, pero que dentro de 30 o 40 años tendrá otro significado. Nos daremos cuenta de que esta ciudad, como cualquier otra, no es más que la metáfora de una Torre de Babel en extensión que simboliza un proyecto en común, la voluntad de tener un presente, un pasado y un futuro en un lugar.
Al final quizás gato se hace, no se nace.
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