
La gente ha estado pensando demasiado tiempo que el arte es un privilegio de los museos y del rico
¡El arte no es un negocio! No pertenece a bancos e inversores de lujo.
El arte es alimento. No lo puedes comer, pero alimenta.
El arte tiene que ser barato y disponible para todos. Necesita estar en todas partes porque es el interior del mundo.
¡El arte le dispara al dolor!
¡El arte despierta a los durmientes!
¡El arte lucha contra la guerra y la estupidez!
¡El arte es para las cocinas!
¡El arte es como el buen pan!
¡El arte es como los árboles verdes!
¡El arte es como nubes blancas en el cielo azul!
¡EL ARTE ES BARATO!
Este manifiesto lanzado en 1982 por el colectivo artístico Bread and Puppet Theatre, ubicado en la localidad estadounidense de Glover, define su empeño en la democratización del arte. Sus representaciones, realizadas en la granja donde se ubican, siguen siendo gratuitas hasta el día de hoy y se definen a si mismos como anticapitalistas.
El Bread and Puppet Theatre surge como respuesta a los problemas políticos de la época y contra el proceso artístico sujeto a la aprobación académica propia de los museos, animando a la gente a participar de esta democratización.
Precisamente en esa encrucijada sigue ahora el arte callejero que transforma nuestro espacio urbano. Si en los años 60 y 70 grafiteros como Cornbread o Taki 183 empezaron a definir la transgresión en el hecho de marcar las calles, fue en los 80 cuando artistas como Jean-Michel Basquiat y Keith Haring llevaron esta expresión artística a los museos.
Independientemente de encontrarse en la calle o en un museo, el arte callejero tenía un marcado carácter político y un espíritu de rebelión propio de la época. La difusión de este estilo artístico fue rápida y democrática. Era fácil que cualquiera se identificase con los valores que representaba y más cuando se encuentra en un lugar tan accesible como las calles, fachadas y plazas del espacio urbano.
Como cualquier acto político en sí mismo, es prácticamente imposible que el arte callejero no sufriese una apropiación y polarización provocados por ciertos sectores de la sociedad. Hoy en día en diversos artículos publicados en medios de todo el mundo se señala el arte callejero como uno de los mayores actores gentrificadores de nuestras ciudades, elevando el precio de la vivienda y los servicios.
Sí, el mono gentrifica
Este eslogan marca la obra callejera compartida realizada por Okuda y el artista portugués Bordalo en una de las esquinas mas representativas de la madrileña calle Embajadores en Lavapiés. La pregunta que debemos hacernos quizás sea, ¿qué fue primero?
El arte callejero ha sabido recoger tanto las expresiones artísticas de la rabia generacional como los encargos gubernamentales de ayuntamientos e instituciones con tal de lavar la cara del espacio público. Artistas callejeros actuales como Sfhir realizan tanto intervenciones espontáneas como encargos absolutamente excéntricos y millonarios.
En un mundo absolutamente globalizado y capitalizado, parece que el arte urbano y callejero se encuentra en un constante tira y afloja contra los ideales originales que propiciaron su creación. Sin embargo, nunca perderá la capacidad de emocionar a cualquier persona que sea capaz de darse un paseo por su ciudad.

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