De lo común(...) y una mullida capa intermedia
- Julián Baena

- 10 nov
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I
En repetidas oportunidades, las intenciones fueron grandes, incluso pretenciosas, pero nunca algo había resultado ser tan social e integrador como una banca de esquina. La idea no fue elaborada por un grupo de urbanistas o arquitectos, ni por políticos o un plan de mejora urbana; fue la misma idea inconsciente de comunidad de los vecinos, el conquistar el espacio público y hacerlo tan suyo como de todos.
La banca de esquina, por simple que parezca, irrumpe dentro la estructura de lo colectivo como punto de encuentro, de diferentes personajes y horas del día; es aquello que, en algunas ocasiones, le da vida al barrio y sus gentes se apropian y viven de lo que es común, de lo que es público, y es de y para todos y todas. Es la fuerza de lo común sobre lo público, por más simple que lo parezca, es complejo.
II – De cómo nace un proyecto
Calle Luna, Calle Sol... fue el resultado —bastante intenso como ingenuo— de un proyecto de vivienda de tercer año de universidad.
Antecedentes
Medellín, 1998. Barrio Niquitao. Un barrio duro... de prostitutas, recicladores, de venta de drogas y demás objetos perdidos, mucho de lo que las ciudades quieren ocultar pero que está ahí, a la vista del público. Por esto, se había (sin duda aún existe) de una notable disgregación social. El escenario perfecto para que un estudiante de arquitectura se enterase de lo que pasa en la ciudad y de lo que nadie quiere ver ni contar.
Hipótesis
Crear un edificio de uso mixto donde la vivienda de protección sea lo principal, y adicionalmente proyectar un componente de espacios comunes —y no tan comunes— para la misma comunidad de vecinos. Para mí, fue crear un espacio de segregación tipo gueto, un Kowloon (Hong Kong), que siempre me ha causado fascinación, lo que al final puede resultar una bomba de relojería o una bomba social.
Análisis
No bastaba con mirar el plano catastral de la parcela a estudio, había que tomar fotos desde el coche (nadie quiere caminar por allí con una cámara en la mano) mientras sus habitantes en la calle me miran curiosos como si fuese un agente secreto en busca de un cabecilla. Luego seguir recopilando información, ver proyectos similares en revistas... alguno de los proyectos residenciales de Wiel Arets podría encajar perfecto... pero siempre había algo que no cuadraba.
Un día decidí ir en persona a Niquitao. Invité a la única amiga que me acompañaría en tal aventura y, como buenos forasteros, buscamos una tienda del barrio. Sin mucho preámbulo, cerveza, cigarrillos baratos y un poco de charla con el regente. Aquella esquina era un espacio de encuentro del barrio. Fueron llegando unos, igual que otros se iban. Nos miraban con desconfianza, miradas perdidas de tristeza y odio, muchas cosas en las miradas que nunca había visto ni sentido.
No fue la última vez que fuimos. Hicimos amistad con desconocidos y eso dio para que muchos de allí me enseñaran sus habitaciones. Escasos seis metros cuadrados que para ellos eran un hogar y el mundo donde hacían su vida. La calle era lo común, lo de todos.
Resultado
Un proyecto de arquitectura diferente, que casi nadie entendió, cargado de una fuerza social que ninguno de mis compañeros de clase había conseguido. Un proyecto diseñado con rabia, a conciencia. Un proyecto sin más pretensión que dar respuesta a lo básico... un espacio híbrido. Viviendas con salón compartido, de balcones sociales, habitaciones que se parecían más a la antítesis de habitar, que debatían y ponían al límite toda la teoría de los CIAM y lo que nos habían enseñado de Le Corbusier y sus secuaces.
Un profesor de aquella época aún me recuerda por este proyecto y por el proceso en sí, y, sobre todo, recuerda lo difícil que fue para él defender mi proyecto ante el resto de profesores. Yo había empezado a aprender algo valioso en mi vida personal y profesional... que nunca más diseñaría proyectos residenciales por la gran responsabilidad moral y ética que hay detrás de cada unidad de vivienda, y de cada familia, y de cada ser humano que lo habita.
El nombre del proyecto vino después de muchas birras y charletas en aquella tienda cutre de barrio... un sábado por la noche cuando sonaba “Calle Luna, Calle Sol” del gran Héctor Lavoe... e inspiración inmediata.
III - De cómo sobrevivir al paso del tiempo y no perderse entre la multitud
No sé quién lo habita. Sé que es intocable y que está ahí, sin poderse mover y sin posibilidad de algo más pese al paso de los años, quizá siglo. Cada vez que paso por allí no deja de sorprenderme aquella forma de celebrar su estrecha existencia, una fachada de no más de 2,5 metros de ancho. Pero hay algo y es cómo el ornamento vive y celebra lo común: la calle, el paso de la gente, los turistas, los que habitamos el barrio.
Lo común podría ser la coexistencia entre lo privado y lo público, la posible existencia de esa capa mullida intermedia de la que todos nos beneficiamos, y de la que la ciudad, de una manera discreta, también lo hace.







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