
El arte callejero esconde detrás un complejo ecosistema, un delicado equilibro de relaciones, una intersección de necesidades cuya expresión transcurre en el espacio público, dominio de todos, con visibles e invisibles cotos del poder.
Como figura central de la escena tenemos a un/a artista callejero/a, personaje sui generis dentro del universo del arte en su afán por conquistar el espacio público y llamar la atención del transeúnte sobre su actuación incrustada en el lienzo urbano de forma más o menos sutil, con intención de sorprender.
El arte en general nace a partir de la libertad de expresión, sin embargo, en la calle, esta libertad se manifiesta hasta sus últimas consecuencias, las de pagar una multa, asumir la limpieza de la pared o perder el instrumento musical.
El artista callejero es querido y denostado a la vez, bien visto y molesto, romantizado y tratado como un mendigo. Su público es potencialmente todo el que está en un sitio y un momento determinado, y a su vez nadie que ha comprado un billete o ha entrado intencionalmente en una galería. Sus seguidores, acérimos y detractores, tienen sensibilidades e intereses opuestos porque su performance impacta de forma diferente entre vecinos y transeúntes. No es lo mismo sorprenderse por un par de canciones del músico callejero que oír la misma música de forma no deseada durante varias horas al día por vivir cerca de donde actúan los buskers o performers callejeros. Una pared llena de grafitis o paste-ups puede resultar pintoresca para los visitantes del sitio y al mismo tiempo reducir la percepción de seguridad para los habitantes. En el imaginario social, los lienzos improvisados crean un ambiente inspirador para unos y siniestro para otros.
Quien de forma más o menos exitosa, permisiva o restrictiva, actúa como mediador entre los fans y haters del arte callejero son las autoridades municipales. Con
afán de control social o de garantizar la convivencia en el espacio público, los ayuntamientos establecen distintas reglas hacia la performance callejera, estrechando o ensanchando los márgenes de actuación de l@s artistas mediante un programa de licencias, permisos y horarios. Ahí es donde la libertad desbordante del espíritu artístico topa con la legalidad. Las intervenciones de artes visuales, que toman las paredes como galerías, quedan en su mayoría de lado oscuro y fuera de lo permitido, exceptuando los murales por encargo y las paredes destinadas específicamente a grafitis u otras intervenciones permanentes o semipermanentes.
No obstante, entre el negro y el blanco tenemos una zona gris donde los artistas callejeros visuales intervienen en lo efímero, por ejemplo, la basura. Colchones manchados, sillas rotas u otros desechos, depositados al lado de los contenedores para ser recogidos por el camión de la basura, pueden convertirse en objetos de arte de protesta audaz.
Véase la obra de @artistrash. Otros artistas como @bàlu entablan con el observador un juego interactivo que redirige al interesado hacia la galería que el propio artista regenta. La reproducción de sus posters callejeros, insertados ilegalmente en las vitrinas urbanas reservadas a la publicidad, están disponibles para la venta durante los días que dura su obra en la calle antes de ser retirada.
Hay artistas que definen la actuación callejera como su proyecto vital, su raison d´être, donde conectar con el público es parte esencial de la experiencia, tanto para el artista como para el espectador, véase el documental Busker. La interpretación callejera de los músicos y artistas performativos requiere de altas dosis de improvisación con elementos inesperados del entorno como la lluvia, el ruido urbano, los otros artistas, los transeúntes no interesados, los vehículos, las interrupciones, los pájaros sobrevolando... Todos estos elementos hacen que cada performance callejera sea irrepetible.
El arte callejero, sea performance, baile o música, constituye un patrimonio tangible o intangible que cocrea la identidad del lugar o, visto desde el punto de vista del branding de la ciudad, define la marca y constituye un ritual urbano. La actividad callejera espontánea es escurridiza para la legislación y topa con un amplio espectro de reacciones entre todos los que somos usuarios del espacio público. Según los estudiosos de la psicología ambiental (Robbie Ho, Wing Tung Au), los lugares con presencia de arte callejero performativo tienen mayor permanencia, preferencia e índice de bienestar (concentración, relajación, introspección). El arte callejero cambia profundamente la percepción del espacio público, añadiendo una capa de paisaje visual o sonoro que cautiva y, finalmente, nos ofrece un momento de estar “aquí y ahora”, una experiencia emocional, un asombro.

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