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La interconexión invisible

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¿Qué tan profundas son las raíces de este arraigo, qué tan amplio es lo «común»?

Pensemos en la arquitectura social: familia, comunidad, sociedad. Cada una de estas estructuras nos provee de una capa de identidad que a menudo nos lleva a cerrar flancos con los «nuestros».


Las comunidades, ya sean de origen sanguíneo, político o incluso comerciales, como las de los seguidores de una marca, brindan pertenencia, apoyo y beneficios varios y a su vez son una fuerza que dinamita un «común» más amplio. Lo “nuestro” es mejor que toda la sospechosa otredad.

Pensemos en la arquitectura de nuestro hábitat físico y digital, porque habitamos ambos. Aquí la segmentación se repite por rentas, por preferencias y por la habilidad de trepar la escalera social, debido a que el ascensor está averiado y sin previsión de mantenimiento. El hábitat online y offline está lleno de muros; resuena en ellos el aullido de la soledad no deseada llorando la pérdida del propósito vital.


Pensemos en la arquitectura de la vida, en el microcosmos intracelular, que tantas veces ha provocado el suspiro de asombro al acercar el ojo al ocular del microscopio. Es un momento de evidencia arrolladora: aquí está lo común, en esta célula y sus orgánulos. También, cuando miramos el firmamento, aquí somos parte de, sin requisitos previos, sin matrícula, sin cuotas premium, sin tener que ondear ninguna bandera.

Vivir en lo común va más allá de lo social, más allá del entorno construido, más allá del lenguaje e incluso más allá del pensamiento. Baruch Spinoza lo encuentra en una sola sustancia existente, donde nada está fuera. “Cada cosa, en cuanto está en sí, se esfuerza por perseverar en su ser”, escribe en su Ética. Ese esfuerzo, esa pulsión silenciosa de persistir, nos hermana con todo lo que vive...


No hay aislamiento, hay relaciones que sostienen la continuidad de la vida.

Olga Tokarczuk, en sus novelas, lo sitúa en el micelio, una red subterránea de hifas fúngicas que conecta raíces, árboles, nutrientes y mensajes químicos, una metáfora de la interconexión invisible. Lo individual es sólo la manifestación temporal de un flujo incesante. “El mundo está vivo y nos habla, pero nosotros no queremos escucharlo.”, escribe Tokarczuk en Sobre los huesos de los muertos. 


Entender qué significa «vivir en lo común» surge cuando se percibe esa red, ya sea secuenciando el genoma o conectándonos al micelio de la vida a través del conocimiento inconsciente llamado intuición.


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